¿LA GRIPE ESPAÑOLA?
El nombre de gripe
El término de gripe comenzó a usarse a partir de 1880. En el S. XVI se la conocía con el nombre de fiebre catarral. En 1557 hubo una epidemia de fiebre catarral en el Sur de Europa que se repitió en 1580. A partir de aquí aparecen epidemias de fiebre catarral cada 10 o 20 años. En el S. XIX ya no se habla de fiebre catarral sino de influenza (nombre italiano). El nombre de gripe deriva del alemán grupen, que significa temblar de frío.
En España, que ya había padecido la gripe en el invierno de 1889 a 1890 (origen en Asia Central, mayo de 1889) se la bautizó con el nombre de Trancazo, dados los fuertes dolores musculares que conllevaba la enfermedad y que, según decían, se asemejaban a los padecidos tras ser molidos a palos. Entró por Barcelona y Málaga para extenderse rápidamente. Galdós ha dejado testimonio de su impacto en la sociedad madrileña en su obra "La Gripe en Madrid", Obras inéditas.
Qué es la gripe
Es una infección de las vías respiratorias causadas por un virus. Es una enfermedad endémica que se conoce desde el S.XVI y que afecta con mayor o menor virulencia , dependiendo de la resitencia inmunológica que frente al virus tenga la población. Suele ser epidémica y la mortalidad que conlleva se debe a posibles complicaciones infecciosas, como neumonías o bronquitis.
Las frecuentes variaciones genéticas que experimenta el virus cada 10-15 años hacen de él un enemigo difícil de contrarrestar.
Se transmite por contagio interhumano, apareciendo los primeros síntomas al cabo de uno o dos días.
Parece ser que los primeros casos aparecieron en uno de los campamentos militares establecidos en Kansas, el 4 de marzo de 1918, entre soldados del ejército norteamericano que esperaban acuartelados su traslado a Europa, tras el comienzo de la I.G.M. En EEUU causó unos 600.000 muertos. Más de un millón de ellos llegaron a Francia, por lo que a las pocas semanas el virus gripal ya había invadido los puertos franceses.
La razón de que la peor pandemia de la historia se denominara gripe española es que España no estaba alineada en la Gran Guerra, y por tanto la prensa española era la única que informaba sobre la ola de enfermedad y muerte que afectaba a medio mundo; en los demás países, la censura impuesta por los altos mando de la contienda impedía airear unas noticias tan desmoralizadoras para las tropas y sus apoyos civiles.
Causas
En la virulencia de la epidemia gripal de 1918 se unieron varios factores:
- La mutación del virus gripal de ese año. Existe la teoría de que fue el resultado de una recombinación genética entre un virus animal, concretamente la virus porcina, y otro humano, ante la cual la memoria inmunológica de la humanidad era inexistente. Aparte de las complicaciones pulmonares, esta gripe afectaba especialmente al sistema neurológico, provocando la llamada encefalitis de Von Economo.
- La Gran Guerra (IGM) extendió el virus ràpidamente. Más de un millón de soldados noteamericanos llegaron a Francia. Una vez aquí, la expansión mundial de la gripe fue muy sencilla. Los transportes masivos exigidos por la guerra estimularon el tránsito de hombres y mercancías, con lo que barcos y ferrocarriles se convirtieron en vías de transmisión. Los enfermos fueron miles en el ejército aliado, contagiados por los soldados norteamericanos que llegaban a Francia, pero también traspasó el frente a causa de los prisioneros, y acabó afectando con igual virulencia al ejército alemán. Fue tal el número de bajas entre los contendientes que, en muchos frentes, tuvieron que aplazarse las operaciones militares.
- Los graves problemas alimenticios que sufrían gran parte de las poblaciones.
- Las limitaciones que aún tenía la medicina a principios del S. XX.
Contexto histórico de España en 1918.
El año de 1918 fue el primero del llamado Trienio Bolchevique. Inflación, escasez e carbón, alimentos y medicamentos provocaron un gran malestar social, plasmado en cientos de huelgas. El campo sufría aún más esta situación, lo que suscitó una masiva emigración hacia las ciudades, contribuyendo a aumentar el contagio.
En el ámbito político, la crisis de los dos grandes partidos (El Liberal y el Conservador) era cada vez mayor, tanto que Alfonso XIII amenazaba con abdicar y la sombra de un golpe militar era cada vez más patente. El gobierno de concentración, presidido por Maura, que había llegado al poder esa primavera, despertando grandes expectativas al amnistiar a los implicados en la huelga de agosto de 1917, se vio desbordado por el problema añadido de la epidemia. Sin saber que hacer trataron de minimizar su importancia, confiando en que pronto pasaría, por lo que rechazaron decretar el estado de alarma en la capital, porque obligaría a suspender las fiestas, creando un mayor quebranto anímico y económico.
Los médicos no ayudaron mucho. Sabían que el responsable era un microbio, pero desconocían un tratamiento efectivo. Los tratamientos recomendados eran diversos y, en general, inútiles. Aparte de reposo y aspirinas, se prescribían purgantes, quinina, café, caramelos, ajos, fumar, cerveza, yodo y, sobre todo, mucho ron y coñac. Era muy común que el enfermo estuviese bien tapado y encerrado en su habitación, en donde recibía a la familia y amigos mientras todos bebían coñac y fumaban.
Las oleadas que llegaron a España
- La primera oleada llegó en mayo de 1918 en los trenes que transportaban obreros españoles y portugueses de regreso de Francia, afectando, sobre todo a Extremadura, Madrid, Andalucía y puntos de Castilla y León. En la capital coincidió con las fiestas de San Isidro cuyos festejos, con gran participación popular, favorecieron el contagio. Sus efectos fueron tan importantes que Correos y Telégrafos suspendió sus servicios y hubo de anularse gran parte de los espectáculos programados para la festividad del patrono. Los cuarteles, con su hacinamiento y sus deficientes condiciones higiénicas, se convirtieron en los focos más virulentos de la gripe. Los convulsos sucesos internacionales (guerra civil en Rusia, ofensivas del frente occidental, hundimientos de decenas de buques por parte de submarinos alemanes...) desviaron la atención de la opinión pública sobre la enfermedad. Por ello, hasta el 31 de mayo, casi cuando ya había desaparecido, no se abordó el tema en las Cortes. El ministro de gobernación, mientras rechazaba el apelativo de gripe española, minimizó su alcance. Si embargo sus efectos fueron terribles porque el 25% de los españoles enfermó, muriendo no menos de 70.000 personas. Por suerte, el buen tiempo ayudó y a finales de junio la gripe había desaparecido. El propio Alfonso XIII enfermó entre mayo y julio de 1918.
- Segunda oleada, septiembre de 1918. En algún momento del verano de 1918 el virus debió sufrir una mutación,o un grupo de ellas, que lo convirtieron en el agente letal más temible de la historia. Según las reconstrucciones históricas utilizadas hasta la fecha, el primer caso de esa segunda oleada, que sembró la muerte por medio planeta, se registró el 22 de agosto de 1918 en Brest, el puerto francés por el que entraban la mitad de las tropas norteamericanas que se incorporaban al conflicto que estaba asolando el continente europeo. En septiembre de 1918 la gripe regresó a España. El ambiente político y social también había empeorado y la violencia en las calles era constante. El otoño empezó con una larga huelga de panaderos, a la que siguió la de cocheros y la de carteros. El rebrote gripal fue una reedición de la que apareció en Boston, desplazándose rápidamente a los puertos de Francia y África arrastrada, otra vez, por los movimientos de tropas. Una vez más, la entrada de la gripe se produjo a través de los trenes, a través del medio millón de españoles que regresaban de la vendimia francesa y los soldados portugueses repatriados tras la guerra. Coincidió, también, con el relevo de reemplazo militar en España, con lo que los cuarteles se convirtieron en receptores y difusores de la gripe. Esta oleada se ensañó con provincias apenas afectadas por la primera y que, por tanto, no estaban inmunizadas. Almería, Orense, Zamora, León, Burgos y Soria perdieron el 1,5% de la población. En cientos de pueblos pequeños los enfermos quedaron sin asistencia por muerte o huida de los médicos y los cadáveres se quedaban sin enterrar. Un ejemplo de esta situación fue la de Medina del Campo, enclave vallisoletano donde los trenes rumbo a Portugal cambiaban de vías, sufrió especialmente el azote. Los portugueses llegaban enfermos y hacinados y pronto contagiaron a la población. Se prohibió que se apeasen, pero fue peor: morían como animales en los mismos vagones. El pueblo estaba desbordado y el Ministerio de Gobernación tuvo que aplicar medidas especiales. De sus 6.000 habitantes, 5.200 enfermaron y 420 murieron. En Barcelona, enfermó la mitad de la población, unas 100.000 personas, falleciendo unas 5.000.
Medidas aplicadas por el gobierno
En la primera fase el gobierno trató de minimizar su importancia, confiando en que pronto pasaría y, por tanto, descartando decretar el estado de alarma.
En la segunda oleada, la de septiembre, el ministro de Estado, Eduardo Dato, recurrió a la censura para evitar la alarma, negó la epidemia el 17 de septiembre, pocos días antes de enfermar. Al día siguiente, el propio Antonio Maura tuvo que reconocer su existencia. Semanas más tarde, una hija suya fallecía en Solares (Cantabria).
Una vez aceptada la evidencia, se adoptaron medidas llamativas. Entre ellas:
En la primera fase el gobierno trató de minimizar su importancia, confiando en que pronto pasaría y, por tanto, descartando decretar el estado de alarma.
En la segunda oleada, la de septiembre, el ministro de Estado, Eduardo Dato, recurrió a la censura para evitar la alarma, negó la epidemia el 17 de septiembre, pocos días antes de enfermar. Al día siguiente, el propio Antonio Maura tuvo que reconocer su existencia. Semanas más tarde, una hija suya fallecía en Solares (Cantabria).
Una vez aceptada la evidencia, se adoptaron medidas llamativas. Entre ellas:
- suspender las fiestas populares.
- sacrificar los perros vagabundos.
- regar las calles con desinfectantes.
- retrasar el inicio del curso escolar.
- ordenar que los transportes públicos circulasen con las ventanillas abiertas.
- retirar los excrementos humanos de las vías férreas.
- fumigar con zotal a todos los pasajeros de los trenes.
- regular el tránsito de ganado por las ciudades.
- clausurar pozos negros.
- prohibir la compraventa de ropa usada......
A la iglesia se le pidió restringir los servicios religiosos, evitar que se paseasen imágenes por las calles y que se besasen estolas, imágenes y relicarios.
Entre las medidas más trascendentes estaba la del ayuntamiento de Barcelona que ordenaba, en su plazo de seis meses, la construcción obligatoria de un retrete en cada vivienda, en vez de uno por rellano, como hasta entonces estaba estipulado.
El resultado fue escaso debido a que cada provincia, a través de una Junta Provincial de Sanidad, tenía autonomía para aplicar las medidas. Pero la mayor parte de ellas no se atrevían, por miedo a disturbios, a prohibir las fiestas o las concentraciones populares. Además, sobre ellas recaían las presiones de patronales, sindicatos e iglesia que no querían ver alterada la vida normal por miedo a ver paralizados sus negocios, perder sus trabajos o su influencia social. Así, obispos como el de Zamora o el de Valladolid organizaban actos multitudinarios religiosos para pedir a los santos por el fin de la epidemia, amenazando a las autoridades con la excomunión si éstas se atrevían a prohibirlas.
Por ello, hasta el 27 de septiembre, nadie se atrevió a decretar oficialmente el "estado de epidemia". Tal paso lo dio la Junta de Valladolid, cuando en ese día ya se contabilizaban 11.000 enfermos. En su decisión pesó que hubiera varios médicos enfermos de gravedad, cuyas viudas no tenían derecho a cobrar pensión del estado si fallecían sin haberse declarado la epidemia. El decreto permitió cerrar cines, colegios, teatros, bailes, mercados, iglesias y prohibir toda fiesta. Varias provincias la imitaron, pero otras nunca declararon el estado de epidemia.
Cuando el 23 de noviembre se pudo, por fin, debatir el tema en las Cortes, los diputados socialistas Besteiro y Largo Caballero denunciaron el atraso de la asistencia médica, así como las nefastas condiciones de vida de la población. Pero la epidemia ya había remitido y la vida había vuelto a la normalidad. A pesar de ello, Maura pagó la factura de la gripe abandonando el poder.
El balance de esta segunda oleada fue aterrador: el 15% de la población resultó afectada, menos que en primavera, pero los muertos fueron más, 170.000.
Una tercera oleada apareció en enero de 1919, irradiándose a partir de Marsella provocando la muerte de 25.000 españoles. Un cuarto embate, en 1920, volvió a atacar España y dejar 20.000 muertos.
Aquella plaga que se desencadenó en la primavera de 1918 llevó a la tumba a cerca de 40 millones de personas. En España sus repercusiones fueron espantosas pues murieron 300.000 personas, aunque las cifras oficiales redujeron las víctimas a sólo 147.114. Las defunciones superaron a los nacimientos y se produjo un claro descenso demográfico.
España también exportó la gripe a Hispanoamérica por medio de sus barcos. Allí fue llamada irónicamente "la despedida de Colón" o "El beso de la raza". Episodio especialmente dramático fue el del buque Infanta Isabel que zarpó de Vigo con emigrantes gallegos rumbo a América y llegó a Canarias el 3 de octubre de 1918, con la bandera negra y amarilla, señal de enfermedad contagiosa a bordo. Fueron ingresados en el Lazareto de Gando los 370 supervivientes (24 pasajeros habían muerto en el viaje). Fueron vigilados por soldados durante 44 días, falleciendo al final de esta cuarentena 51 recluidos. Una vez desinfectado, el barco regresó a Vigo con más pasaje, volviendo a aparecer 15 nuevos casos graves en el trayecto.
Artículo de Juan Carlos Losada "La epidemia más grave del siglo XX. LA GRIPE ESPAÑOLA".
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